MIL Y UNA RAZONES MÁS PARA LEER UN LIBRO

Autora: Paula Sánchez Prieto

          Un buen libro siempre nos enseña algo. Ya sea una novela, un ensayo, una biografía, o un manual didáctico. No tiene nada que ver una obra literaria con una obra didáctica: sus objetivos y sus formas de expresión son completamente distintos. Tampoco el lector se acercará a una u otra buscando lo mismo y, sin embargo, hay veces que de ambas podemos aprender cosas parecidas. Las líneas de un libro siempre nos proporcionan información de interés práctico. Podemos, por ejemplo, leer La Regenta y, sin darnos cuenta, vernos inmersos en la sociedad provinciana española del S.XIX, o podemos acudir a un libro de historia que nos contará el mismo mundo de un modo distinto.

           Uno puede leer por placer, abrir un libro y deleitarse en sus páginas sin otro objetivo que pasar un rato agradable. Pero cuando tenemos un libro en nuestras manos, y estamos disfrutando de su lectura, no nos detenemos a pensar en el esfuerzo que hay detrás de esas palabras. Sin ninguna duda, alguien trabajó mucho para ofrecernos ese regalo, alguien que creía en lo que hacía y quiso dedicar su tiempo a transmitir a otros, con su saber y su imaginación, miedos y sueños, dolor y alegría, o tantas otras cosas que logrará hacernos vivir. Todo ese mundo que se despliega ante nosotros cuando abrimos un libro está construido con mucha paciencia, trabajo y entusiasmo. Y toda esa paciencia, trabajo y entusiasmo debe ser revivida por el lector cuando llega hasta él el libro. La lectura es comunicación: el autor y el lector se unen en ese momento de la lectura. Pero esa comunicación tiene la virtud de no agotarse: alguien escribió algo hace dos siglos, y nuestra lectura tiene el poder de darle vida de nuevo a sus palabras. Los libros no valen nada si nadie los lee. Es el lector quien los hace renacer.

          En una ocasión una persona me dejó una nota escrita y me llamó mucho la atención, no tanto el contenido, sino que no hubiera faltas de ortografía en ella. Al día siguiente, sin ánimo de ofenderla, le pregunté hasta qué edad estuvo estudiando y me confirmó lo que creía: que por diferentes circunstancias solo había cursado la enseñanza básica obligatoria, y hacía más de veinticinco años. Sin embargo al comentarle mi impresión contestó: siempre que tengo tiempo, leo un libro. Su respuesta fue suficiente para despejar mis dudas.

           El informe PISA revela el poco hábito lector de los adolescentes en España. El 21% de los adolescentes de 15 años no llega a los niveles mínimos de lectura: un dato muy negativo.

           Está demostrado que el hábito lector mejora el rendimiento académico, pues la persona que lee entiende mejor el contenido de lo que debe estudiar.

           Cada docente elige las opciones que considera más atractivas para enseñar; en mi caso, encuentro en la lectura una de mis herramientas más importantes de trabajo en todas las áreas. No obstante, aún sabiendo la importancia de la lectura y los beneficios que tiene el ser lector para casi todos los aspectos de la vida, no sólo el educativo, es difícil transmitir a los alumnos ese hábito, y, más aún, motivarles para que encuentren en ello placer. ¿Por qué leen tan pocos adolescentes en nuestros días? Es evidente que nuestro mundo no está preparado para la lectura. Tanto los niños, como los jóvenes y los adultos, tenemos a nuestro alcance demasiadas diversiones rápidas, y, a la vez, demasiadas ocupaciones: la televisión, la “play”, el ordenador… Es innumerable la cantidad de elementos que atrapan nuestra atención de una forma mucho más rápida que la lectura, y que además nos proporcionan una satisfacción más inmediata y de menos esfuerzo. Entonces, ¿para qué detenernos a leer? La lectura requiere silencio, tranquilidad, tiempo y pensamiento detenido, y de todos esos valores carecemos hoy. ¿Cómo hacer que nuestros niños lean? No nos queda más remedio que utilizar el deber, la lectura como obligación. Con ello, por supuesto, logramos que lean lo que nosotros hemos decidido en un determinado momento, pero no conseguimos lo que sería más importante: que encontraran en la lectura suficiente aprendizaje y gusto como para seguir leyendo porque quieren y lo que quieren.

           Creo que encontrar la forma de transmitir a los niños las mil y una razones para leer un libro es todo un reto para la docencia. Y, quizá, para ello, lo primero sería que los docentes mismos estuviéramos convencidos de la importancia de la lectura.

           Si nos preguntamos ¿para qué leer? Podemos respondernos de inmediato:  para aprender, para informarnos, para saber de dónde venimos, para saber quiénes somos, para conservar el pasado, para evadirnos, para buscar sentido a la vida, para comprender nuestra civilización, para cultivarnos, para vivir otras vidas, para encontrar respuestas, para hacernos preguntas, para pensar, para sentir, para hablar mejor, para escribir mejor, etc.

           Sin embargo, para los niños y los adolescentes estas son palabras vacías, es la teoría que no les contagia nada. La única forma de que uno llegue a encontrar pasión por la lectura es leyendo, y encontrarse en un momento determinado con el libro adecuado que le aporta algo. Por eso, quizá es tan difícil que los adolescentes lean simplemente porque les dicen que “es bueno”.

           Daniel Pennac, profesor de literatura en un instituto en Francia, en su libro Como una novela, se propone “que el adolescente pierda el miedo a la lectura, que lea por placer, que se embarque en un libro como en una aventura personal y libremente elegida” y dice el propio autor: <<En realidad, no es un libro de reflexión sobre la lectura, sino una tentativa de reconciliación con el libro>> En la última parte del ensayo, el escritor establece un decálogo al que llama: <<Los derechos imprescindibles del lector>>. Se me ocurre pensar que, quizá de este modo, Daniel Pennac, da a sus alumnos la oportunidad de ver la lectura como un derecho, más que como un deber. Quizá deberíamos transmitir a los niños, que leer no es algo que hay que hacer solo para aprender (aunque también), sino que es además un privilegio que tenemos todos a nuestro alcance, y que nos hará más libres, más justos, más sabios y más felices.

           Quiero detenerme en una razón que considero muy importante para que los niños lean y que no he mencionado: fomentar su imaginación. Ya en la antigüedad decían los filósofos que “la imaginación es la capacidad de poner en contacto a los seres humanos a través de la inteligencia”. No hay duda de que la lectura activa nuestra imaginación, y la imaginación es importante para valores tan básicos como ponerse en el lugar del otro, o para ser más creativos, entre otras muchas cosas.

           Hay una cita que dice que <<Los libros no son muebles, pero nada como ellos adorna una casa>>. Tal vez, más que adornos, deberían ser luces. Los libros que nos enseñan iluminan lugares oscuros de nuestra mente, y cada libro que leemos es una luz que quedará ya siempre encendida dentro de nosotros.

          Por eso, ¡no dejemos de vivir esas aventuras que la lectura nos ofrece, y que tan felices nos hacen!

           Quiero terminar este trabajo citando el célebre soneto que el insigne poeta Pedro Salinas dedicó al libro:

Cerrado te quedaste, libro mío,

tú que con la palabra bien medida

me abriste tantas veces la escondida

vereda que me pedía mi albedrío.

 Esta noche de Julio eres un frío

mazo de papel blanco. Tu fingida

lumbre de buen amor está encendida

dentro de mí con no fingido brío.

 Pero, no has muerto, no, buen compañero

que para vida superior te acreces:

el oro que guardaba tu venero

 hoy está libre en mí, no en ti cautivo,

y lo que me fingiste tantas veces,

aquí en mi corazón lo siento vivo. 

Pedro Salinas. Presagios.    

 

 

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