EL USO DEL CASTIGO PARA LA MODIFICACIÓN DE LA CONDUCTA EN LAS CLASES DE EDUCACIÓN FÍSICA PARTICULARMENTE

Autora: Milagros García Habernau

          Más que castigar se tendría que reforzar las conductas positivas que aparecen en el aula; pero, a veces, tenemos que usar este recurso porque es inevitable que surja algún comportamiento violento o improcedente.

          En mis primeros años de experiencia en las aulas, y más concretamente en los patios de recreo o en los gimnasios, no utilizaba bien el recurso del castigo para estimular los aprendizajes y reconducirles. Intentaba motivarles, estimulando la adquisición de comportamientos aceptables, hablándoles de buenas maneras. Mi fallo era pronunciar el nombre cariñosamente al llamarle la atención a algún alumno (también es cierto que no solo cuando intentaba que cambiaran de conducta les hablaba así): eso era como un refuerzo para él, le había ayudado a ganar en sus aspiraciones de hacerse ver; lo que estaba haciendo en realidad era potenciar el comportamiento que no deseaba que tuviera.

          Aunque, a veces, cuando tenían comportamientos negativos, los castigaba de pie en la pared, quedándolos sin actividad física. No obstante, he comprobado que, en ocasiones esto no da resultado, porque, cuando están castigados, hablan, juegan con otros o incluso otros  hacen gracia  a los demás y todo esto hace que, en vez de parecer un castigo (que debería ser algo incómodo para que estén  dispuestos a cambiar) sea algo agradable,  por lo que, de esta form,a se potencia el comportamiento que deseaba inhibirse. Además, así también se habitúan  a ser castigados y poco les importan repetir.

          Normalmente, las estrategias para la modificación del comportamiento consisten en resoluciones rápidas de dichos problemas (castigos tales como estar en la pared) que no profundizan en el problema, cuando en realidad lo que hay que hacer es, una vez que se han producido problemas en la conducta de los alumnos, para mejorar estos aspectos, tener en cuenta las siguientes indicaciones. (No solo para que haya un buen ambiente entre los alumnos y se siga el normal desarrollo de la clase, sino también para que el alumno se desarrolle como persona y conozca su comportamiento con respecto a los demás). Las estrategias para la modificación de comportamientos se pueden resumir en estos puntos:

          -Castigos a fin de inhibir el comportamiento no deseado.

          -Fomentar la sustitución de la conducta disruptiva por otros comportamientos más adaptados a normas  de manera que incentiven, más que castiguen. No es muy conveniente decir siempre las cosas negativas de un alumno, pues se refuerza más esta conducta. Por ejemplo, decir frases como “muy bien”, “así quiero que sigas”…

          -Convencer al alumno de la necesidad de cambiar su actuación, usando el diálogo, la discusión o la reflexión.

          -Interesa hacerle valorar con objetividad lo que ha pasado; en una palabra, provocar su reflexión. Para que una corrección sea realmente educativa es imprescindible que el alumno valore que su actuación no fue acertada de modo que lamente sinceramente haber actuado de ese modo. Por esta razón, siempre que sea posible, se han de imponer correcciones que neutralicen los efectos de la actuación negativa con otra actuación de sentido contrario; ayudando así al alumno no sólo a pedir perdón por su actuación desafortunada  sino a reparar en lo posible el daño causado. Así, por ejemplo, en clase de Educación Física,  que se suelen producir con más frecuencia las peleas debido al mayor contacto entre los alumnos,  que el alumno pida perdón al ofendido o si el alumno se limita a caer  ladrillos que los demás están construyendo, a colocarlos tal y como estaban etc.

          -Se suele intentar solucionar los problemas de forma rápida, acabando lo antes posible con una mala conducta. Si se castiga a alguien y no se siente incómodo, de esta forma no estará dispuesto a cambiar, como hemos dicho, y, además, se habitúa a ello. Otro error  es mostrar disgusto o decepción como si de una afrenta personal se tratara, capaz de motivar la fractura afectiva entre el alumno y el profesor.

          -No debe depender de nuestro estado de ánimo. Hay que controlarse para poder controlar al niño. No se debe aplicar un castigo con gritos o con riñas, porque esto indica que nuestro comportamiento es negativo y vengativo, lo que reforzará a una conducta no aceptable. La conducta del profesor frente al mal comportamiento de sus alumnos debe se semejante a la del médico frente a sus pacientes: en vez de gritos y riñas, incluso si se pudiera de castigos, empleará tratamientos positivos para motivar y encauzar las energías de los alumnos, ayudándoles a madurar o a superar su desequilibrio, con frecuencia pasajero, y a controlar su conducta en pro de una mejor adaptación al ambiente escolar y social.

          -Se ha de tener como fin la formación del alumno.

          -Debe ser una situación advertida, conocida por los alumnos e inmediata al mal comportamiento, ya que si no se hace así y se castiga una vez que el alumno está teniendo conductas positivas, creerá que es por capricho, humor o manía del profesor.

          -Han de ser proporcionadas a la gravedad de la falta.

          -Los castigos han de ser suministrados con prudencia y no tener la sensación de persecución. A veces se tendía a llamar la atención casi siempre a un mismo alumno, aunque los demás estén haciendo lo mismo.

          – Es preferible hablar en privado.

           -Los estímulos positivos son más eficaces que los negativos.

          -El profesor en una persona que tiene la obligación de velar por el cumplimiento de unas normas básicas que posibiliten el trabajo y hagan más grata y armónica la convivencia, pero también ayudar a los alumnos que combatan sus propios hábitos. Por eso, aun en el caso de que el alumno no recibiese de buen grado la corrección, la persona que la aplica ha de manifestar claramente su confianza en el escolar y en su capacidad para rectificar la conducta como paso previo para provocar su reflexión interna. El profesor debe tratar de solventar dificultades lo antes posible, recurriendo a actividades que resultan atractivas e intereses, demostrar su comprensión y deseo de ayudarle. Si el alumno comienza a reaccionar de forma positiva, conviene que el profesor dialogue con él acerca de las actividades y temas de mayor interés para él, a la vez que le sugiere comportamientos no disruptivos. Los propios compañeros pueden constituir, en ocasiones, una eficaz ayuda para rectificar la conducta de ciertos alumnos.

          La medida más extrema que puede aplicarse a un alumno es suspender su asistencia al colegio, sin hacer nada más, sin interesarle por lo que ha pasado y por cómo se puede entender y corregir. Creo que es mejor buscar soluciones para que estas situaciones se reduzcan, analizando cuál es el problema de fondo, poniendo de manifiesto la importancia del proceso de reflexión y de búsqueda de acuerdos que permitan, en el futuro, una mejora del proceso.

          Informar a unos padres de que su hijo debe ser ” expulsado” es un medio que solo se justificaría ante el convencimiento de que esta medida va a beneficiar al alumno; ya que en otro centro, de características diferentes a las del colegio, será más fácil su adaptación o podrán atender mejor a ese alumno y ayudarle con más eficacia; o bien porque perjudica seriamente la formación de sus compañeros con conductas negativas reiteradas que no ha sido posible corregir por otros medios que se han prolongado durante bastante tiempo. Por tanto, siempre ha de estar acompañada por un diagnóstico y una orientación a los padres para mejorar la conducta del hijo. Por ejemplo, en una clínica de salud hay pacientes que tienen enfermedades contagiosas, pero ¿se les expulsa o se colabora en la curación? Entonces, es bueno expulsar a casa a un niño como medida correctiva temporalmente?, ¿el centro estaría ayudándole a buscar estrategias que le permitan mejorar su proceso educativo?

           Por otro lado, también me gustaría señalar el caso de que dos estudiantes cometan la misma conducta contraria a las normas de convivencia y son tratados por igual por ese acto, sin personalizar. En este caso, podemos caer en una injusticia debido a la diferencia de capacidad individual, de intencionalidad y puede ocurrir que el resultado sea eficaz o negativo en un caso u otro. “A cada falta que lleve el alumno le tendríamos que asignar un conjunto de conjuntos: capacidad, intencionalidad, personalidad, conflictos emocionales para que falta le corresponda precio equivalente. Más que la sanción interesa que el autor del incidente no vuelva a realizar una acción semejante. Se han de poner los medios para que el alumno decida rectificar su conducta.

           En conclusión , interesa conocer bien los motivos de la falta , ya que la reacción del profesor y la sanción que imponga deben ser distintas cuando se trate de una equivocación del alumno (en este caso habrá que explicarle por qué no debe actuar de esa manera), cuando sea consecuencia de un carácter inquieto o del apasionamiento de un momento; cuando sea un reflejo de problemas familiares; o cuando se deba a malicia o cálculo . Además, es preciso ser prudentes, para no fomentar actitudes de rechazo, ni predisponer negativamente a los alumnos frente a los medios de formación del colegio.

           Los profesores  deben actuar con competencia profesional, unidad y coherencia, corrigiendo cada caso y sintiéndose verdaderamente responsables de lo que ocurre a su alrededor. Los malos comportamientos quedan limitados a unos pocos alumnos con desequilibrios de origen extraescolar. Alcanzar esta meta precisa de una autoevaluación frecuente (personal y en equipo educador) de las cuestiones aquí indicadas, que suponga objetivos y planes de acción educativa concretos en los aspectos que, en cada momento, requieren especial atención en la vida de cada institución escolar.

 

BIBLIOGRAFÍA:

-G.Casamayor y otros, Cómo dar respuestas a los conflictos, Editorial Graó, Biblioteca de aula, 1988.

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