ESCUELA INCLUSIVA

Autora: Paula Álvarez Sánchez 

         La sociedad actual, con sus continuos cambios sociales, exige a la escuela una respuesta efectiva  para poder hacer frente a la diversidad de circunstancias que en ella concurren. 

            Ya en el siglo XIX, el  psicólogo y pedagogo John Dewey hacía referencia a que la educación era mucho más que transmitir; era preparar al alumno para su incorporación en la sociedad y esta incorporación debía ir basada en valores positivos que hacieran prevalecer una sociedad más justa. Por tanto “la escuela debe ser fiel reflejo de la sociedad a la que sirve” (Dewey). En este sentido, la escuela tiene que hacer frente a las necesidades de aprendizaje que presentan sus alumnos, derivadas de esa diversidad latente en la sociedad, partiendo de toda la comunidad educativa hasta llegar a la mínima expresión, el alumno. Y todo esto no puede entenderse desde otra perspectiva que no sea el modelo de Escuela Inclusiva

            Cuando hablamos de escuela inclusiva no hacemos referencia solamente a alumnos con discapacidades, sino que es un concepto mucho más amplio, donde se incluyen todos los alumnos que tienen, por diferentes razones, problemas en su aprendizaje en la escuela

          El origen de la palabra “inclusión” está en la raíz latina de la expresión in-clausere, es decir, “enclaustrar”, “cerrar por dentro”, “encerrar algo que no estaba en un determinado lugar”, “hacer que algo que no pertenecía a un espacio se vuelva interior a ese espacio”.

         Por tanto, inclusión hace referencia a la tolerancia, respeto y solidaridad, pero, sobre todo, a la  aceptación de las personas, independientemente de sus condiciones: sin hacer diferencias, sin sobreproteger ni rechazar al otro por sus características, necesidades, intereses y potencialidades, y, mucho menos, por sus limitaciones. Como anota Heward (1997) “[…] para sobrevivir, un grupo social debe adaptar y modificar el ambiente en el que vive” (p. 62).

             El término Escuelas Inclusivas nace en la década de los 90, en un foro de la UNESCO en Tailandia donde se promueve la idea de “una educación para todos”, pretendiendo sustituir el concepto “integración” por el de “inclusión”, dentro de la educación y se construye sobre la participación y los acuerdos de todos los agentes educativos que en ella confluyen. Según Ortiz González y Lobato Quesada (2003): “[…] el camino hacia modelos escolares inclusivos está íntimamente relacionado con el desarrollo de culturas escolares innovadoras, con un fuerte liderazgo inclusivo y vinculadas con la comunidad”.

          Por tanto, el modelo de escuela inclusiva  debe promover un modelo curricular que se adapte al alumno y no al contrario y para poder hablarse de ella deben tenerse en cuenta, según Both (2000) y Ainscow (2001) las siguientes características:

- La inclusión como  un proceso: la búsqueda continua de responder a la diversidad.

- El aula como espacio dialogante y de intercambio, donde compartir los aprendizajes.

- Inclusión implica a toda la comunidad educativa: alumnos, profesores, padres, etc.

- La inclusión presta una especial atención a los alumnos o  grupos de riesgo.

- Implica un cambio didáctico y social.

- La escuela inclusiva no es más que un camino hacia la sociedad inclusiva.

          Pero, ¿por dónde debe comenzar el cambio orientado hacia la Escuela Inclusiva? Pues por los proyectos educativos, donde se reflejen:

 - Los  principios educativos y objetivos generales.

 - Las normas de convivencia.

 - Una planificación de la enseñanza.

 - La ordenación de ciclos, grupos, etc.

 - Una organización de los recursos.

 - Coordinación y planificación  con los servicios de apoyo.

 - Disposición de los espacios y su distribución.

 - Metodología adaptada a los principios de inclusión.

 - Criterios y métodos de evaluación diversificados.

 - El uso de las TIC como aprendizaje activo del alumno inclusivo.

 - Promover que las actividades en el aula y en el ámbito extraescolar alienten la participación de todo el alumnado y tengan en cuenta el conocimiento y la experiencia del alumnado fuera de la escuela.

          Por otro lado, nosotros, como docentes, debemos alentar y potenciar el espíritu inclusista en los alumnos, ofreciendo referencias en su mundo real  donde tome sentido la palabra y llevar a cabo un ejercicio de reflexión sobre nuestra práctica educativa de donde surja una reformulación,  una nueva manera de afrontar el día a día en la Escuela inclusiva, fruto de una metodología  inclusiva, comprensiva e integradora.

 

Bibliografía: 

  • Ainscow, M. (2001), Comprendiendo el desarrollo de Escuelas Inclusivas, Universidad de Manchester, Reino Unido.
  •  Ainscow, M. (2001), Desarrollo de escuelas inclusivas, Narcea, Madrid.
  •  Ortiz González, M. C. y Lobato Quesada, X. (2003), Escuela inclusiva y cultura escolar: algunas evidencias empíricas, Bordón, Vol. 55, num.1
  • Stainback, S. y Stainback, W. (1990), Aulas Inclusivas, Narcea, Madrid.

 

  

        

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