LENGUAS, CATEGORÍAS Y COLORES

Autora: Salvia Lois Lugilde


En este artículo se realiza una síntesis de las diferentes hipótesis sobre el origen de los sistemas de categorización humano y la evolución en el lenguaje, tomando como ejemplo uno de los casos más paradigmáticos, esto es, el sistema de colores.

En filosofía, se entiende por categoría un concepto muy extenso, es decir, un término que puede ser aplicable a un número elevado de entidades individuales. En este sentido, existen dos posturas clásicas sobre el origen de los sistemas categoriales: la de Aristóteles y la de Kant:

  • Para el primero, el mundo físico está estructurado de ese modo independientemente de que exista el ser humano, por tanto, tiene su origen en el mundo objetivo.
  • Para Kant, las categorías pertenecen al sujeto, son creación del ser humano, pero no de una forma arbitraria, ya que son un producto espontáneo del entendimiento que es común a todos los individuos de la especie; así, todos los seres humanos utilizan las mismas categorías en cualquier época histórica.

No obstante, la cuestión sobre el origen de las categorías adquiere un mejor planteamiento si se establece desde supuesto evolutivos.

Los seres humanos, cuya evolución a lo largo de los siglos les ha posibilitado enfrentar con éxito las presiones de su entorno, tienden a agrupar en categorías las entidades que su aparato perceptual encuentra similares, que les exigen actitudes semejantes, o incluso ambas al mismo tiempo. De este modo, no hay arbitrariedad, sino al contrario: todo sistema categorial se ajusta, por un lado, a la estructura correlacional del mundo, y, por el otro, a los principios de la economía cognitiva; el hecho de afirmar que el mundo posee una estructura correlacional, quiere indicar que ciertos atributos tienden a darse unidos, mientras que otros rara vez o nunca son compartidos por el mismo objeto (la crítica al concepto de sustancia en Locke). Esto hace que el ambiente resulte mucho más inteligible y predecible para el organismo que si se tratase de un “conjunto total” o “montón”  en el que los atributos, relevantes para la supervivencia, se hallan dispersos azarosamente.

Por otro lado, el principio de la economía cognitiva asume que el sistema categorial está diseñado de modo que obtiene el máximo de información acerca del medio empleando el mínimo de recursos cognitivos; su resultado más exagerado en el  campo social son los estereotipos. Al categorizar un objeto, se le atribuyen de inmediato las propiedades típicas de su clase sin necesidad de una exploración total. Por ejemplo, si se habla, de “pollo” se sabrá en seguida que es comestible, que tiene plumas, pechuga y muslos, y resultará  rápidamente diferenciable  de otras entidades como ovejas o cerdos.  Las categorías, para ser eficaces, deben reducir las diferencias a proporciones manejables, evitando la sobreabundancia; por tanto, no sería práctico mantener un centenar de categorías de nivel básico para diferenciar con precisión otros tantos tipos de pollo.

Así, un estudio relativamente reciente sobe las categorías y la evolución del lenguaje se debe a Brent Berlin y Paul Kay (1969), en el que estos dos autores se centran en la terminología relativa al color. Cuando apareció este trabajo, la tesis dominante era el relativismo lingüístico de Sapir y Whorf, pero este trabajo de finales de los años 60 afirma, en contra de ella, que existen características universales que determinan la percepción visual y que los términos de las lenguas que hacen referencia al color van aumentando con respecto al tiempo; además, asumen que esos términos o categorías universales se van sedimentando en un orden establecido y casi predecible. En el lenguaje cromático, los nombres de los colores están estrechamente relacionados con la su aparición secuencial –histórica–  en el entorno del ser humano, y por lo tanto, se hace necesaria la identificación. En este sentido, resulta curioso que, si bien un ojo humano entrenado puede llegar a distinguir teóricamente nueve millones de tonalidades de colores, el ser humano sólo dispone de un reducido repertorio verbal para designarlos, agrupándolos en inmensas categorías cromáticas. De esta manera, llamamos “rojo” a un universo inacabado de matices, alejándonos de la exactitud cromática.

Para justificar su tesis, Brent Berlin y Paul Kay realizaron un estudio exhaustivo sobre los nombres de los colores de 98 diferentes idiomas, y llegaron a la conclusión de que realmente existen términos universales básicos para los colores, pero que no hay más de 11 en cualquier idioma; en teoría, puede haber cualquier número, del 1 al 11, y en cualquier combinación. Sin embargo, estos dos autores llegaron a un segundo descubrimiento sorprendente, que consistió en el hecho de que, si un idioma tiene menos de 11 palabras básicas para los colores, existen unas limitaciones tan estrictas respecto de cuales son estas palabras, que de las 2.048 posibles combinaciones, únicamente se dan 22. Las reglas son las siguientes:

  1. Ningún idioma tiene una sola palabra para designar un color, todos tienen como mínimo dos. Cuando hay solo dos, son siempre el blanco y el negro.
  2. Cuando hay tres palabras, la tercera siempre es el rojo.
  3. Cuando hay cuatro palabras, se añade el verde o el amarillo;
  4. Cuando hay cinco, se han añadido ambos, el verde y el amarillo.
  5. Cuando hay seis palabras, se ha añadido el azul.
  6. Cuando hay siete palabras, se ha añadido el café.
  7. Cuando hay ocho o más palabras, se añaden siempre el púrpura, el rosa, el naranja y el gris, y esto puede suceder en cualquier orden o combinación.

La norma sugiere que los idiomas adquieren los términos para designar los colores en un orden cronológico, y que, al mismo tiempo, puede ser interpretado como una secuencia de las etapas de su evolución.

De este modo, partiendo de este planteamiento, parece que en los comienzos de la comunicación humana, el hombre tenía solo dos palabras para calificar el color, el blanco y el negro, antes de llegar a distinguir gradualmente un tercer color, el rojo. En los idiomas que han alcanzado la etapa cuarta, esto es, los que poseen cinco palabras básicas para los colores, sigue habiendo cierto grado de confusión; en los que han alcanzado la séptima fase y final deben haber pasado también por la etapa sexta, en la cual se añade el café.

Igualmente, Berlin y Kay descubrieron que muchas lenguas aborígenes de América Central tienen únicamente nombres para cinco colores básicos. Concretamente, mostraron a los portavoces nativos unas cartas de Munsell con 40 matices, y les pidieron que delinearan las zonas cubiertas por cada término referido a un color básico; en esta carta típica, los colores denominados azul en español se incluyen en las zonas verdes, mientras que el rojo abarca muchos tonos púrpura. Algunas lenguas llegan a cubrir toda la carta con tan sólo dos términos básicos, el blanco y el negro. A cada portavoz se le pidió también que indicara el punto focal de cada color: el más rojo, por ejemplo. Como el foco rojo no varía entre lo que señala un francés, un cantonés o un apache, por lo menos no más de lo que varía entre dos franceses, Berlin y Kay se sintieron justificados al considerar que los términos de los colores básicos son universales.

Sin embargo, existen algunas excepciones sorprendentes de esta regla. El melanesio, el galés, el esquimal y el tamil no contienen el pardo en absoluto, mientras que los siameses y los lapones lo denominan “negro-rojo”; ni los griegos antiguos ni los greco-chipriotas modernos tienen una palabra para este color. El japonés también es un caso especial, ya que, al parecer, la palabra para el azul es más antigua que la palabra para el verde; si ello es así, ha invertido el orden natural de la evolución.

En síntesis, la tesis de Berlin y Kay ha establecido una correlación entre antropología, lingüística y psicología y, por otro lado, ha abierto un nuevo y fascinante campo de estudios continuados por  Eleanor Rosch cuyos estudios afinaron y perfeccionaron las intuiciones de Berlin y Kay, llevando las demostraciones mucho más allá del estrecho espacio de la antropología del color. Tras las experiencias de Rosch, la concepción clásica acerca de la forma en que los seres humanos categorizan la realidad entró definitivamente en crisis. Así, es en esta versión generalizada de sus teorías donde Rosch discierne una estructura cognitiva básica que se manifiesta rotundamente en un amplio conjunto de dominios, tanto naturales como artificiales. Según ella, las categorías se construyen en torno a un miembro central o prototipo, al ejemplo más representativo de su clase, que comparte con otros miembros de su especie buena parte de sus características, en tanto que comparte pocas o ninguna con ejemplares pertenecientes a otras clases.

Por otro lado, el estudio de sistemas categoriales, desde un punto de vista formal, debe hacerse desde la teoría de conjuntos difusos (Zuzzy sets)  que admite grados de pertenencia de un elemento a un conjunto, y no desde la clásica que es dicotómica: o se pertenece o no se pertenece. Por ejemplo, un gato o un perro son mamíferos más prototípicos que un camello, un elefante o una comadreja, y, en consecuencia, se los reconoce como tales más rápidamente, siendo menos probable que se los clasifique como miembros de la clase de las aves o de los peces; desde el punto de vista del mundo de los artefactos, un coche resulta más prototípico de automóvil que una moto o un carro de combate. Los prototipos, desde el punto de vista de los conjuntos difusos, poseerían el grado más elevado de pertenencia a la categoría (aproximadamente 1) y los demás un grado menor hasta llegar a 0, que sería la frontera de la clase. Los mismos hallazgos son válidos para un sinfín de sistemas categoriale. En todos los casos, el reconocimiento y la evocación de formas y ejemplares se explica mejor presuponiendo que los sujetos construyen prototipos, y no tratando de demostrar que inventan o utilizan una lista fija de características.

Por tanto, la cuestión central es que los prototipos no son ni pueden ser arbitrarios, sino que se modelan a instancias del conocimiento que suministra el contexto objetivo. Una de las metas del análisis en esta modalidad conceptual es determinar, primero cuáles son los aspectos materiales y objetivos que definen la tipicidad de los prototipos y averiguar, después, cuáles son las causas de su varianza transcultural.

BIBLIOGRAFÍA

Berlin, B. y Kay, P. (1969): Basic Color Terms: Their Universality and Evolution. Berkeley: University of California Press.

Geymonat, L. (1993): Historia del pensamiento filosófico y científico. Barcelona: Ariel.

Reynoso C. (2008): Corrientes teóricas en antropología: Perspectivas desde el siglo XXI.  Buenos Aires: Editorial Sb.

Taylor, J.R. (1995): Linguistic Categorization. Prototypes in Linguistic Theory, Oxford: Oxford University Press.

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