LA ESCRITURA Y LA LÓGICA EN EL PROCESO DE ALMACENAMIENTO DE CONOCIMIENTO

Autora: Salvia Lois Lugilde

La preocupación por el almacenamiento y conservación del conocimiento ha sido una cuestión central en la historia del ser humano. Con el aparecimiento de la escritura, el problema del almacenamiento memorístico se solucionó momentáneamente, debido a que el número de enunciados aumentaba exponencialmente. Es en este contexto de  estructuración del conocimiento donde surge la lógica como sistema de organización en función del principio de economía.

El término teoría, en su acepción más antigua, significa “descripción de lo general” en contraposición a historia que significa “descripción de lo particular”; al menos esta es la concepción de Aristóteles que también diferencia entre saber práctico y saber teórico. El primero es un saber para algo y el segundo es un saber por saber, meramente contemplativo. En este sentido, el saber teórico, al no poseer otra finalidad distinta de las motivaciones meramente cognoscitivas, estará formado, fundamentalmente, por enunciados descriptivos. Lógicamente, todo conocimiento posee alguna utilidad y, por lo tanto, de él se derivan consecuencias prácticas, en base a que el conocimiento otorga un poder de control sobre el entorno natural y social, haciendo que la vida resulte menos dificultosa para el que lo posee. De este modo, se puede afirmar que la motivación del conocimiento humano es la misma que la de cualquier otro animal: explorar el entorno.

Si se pretende reconstruir el desarrollo del conocimiento humano desde sus orígenes (reconstrucción siempre hipotética, lógicamente consistente y apoyada en material textual conservado) se debe adoptar el enfoque evolucionista o genético-histórico. El esquema evolutivo que se utiliza aquí está inspirado en el de N. Georgescu-Roegen que aparece en la primera parte de su libro La ley de la entropía y el proceso económico.

Este enfoque se basa en la utilización de un principio económico: la ley del mínimo esfuerzo,  que si se aplica al ámbito del conocimiento, se comprueba que es más rentable aprender lo que otros ya saben que adquirir conocimiento a través de la propia experiencia. Este principio que aquí se utiliza, posee otras formulaciones menos prosaicas que la anterior, que aparecen en la historia de la cultura occidental, como pueden ser la “navaja de Ockham” (no se deben complicar los entes sin necesidad), o la propuesta kantiana de que la razón siempre tiende a buscar la máxima unidad formal (explicar cada vez más con cada vez menos).

Resulta altamente probable – en nuestro enfoque- que el ser humano comenzase a valorar el conocimiento acumulado por los miembros de la comunidad, apareciendo la preocupación por el almacenamiento y la conservación de dicho conocimiento de una generación a otra; preocupación semejante a la que se establece con respecto a los alimentos básicos de la comunidad. Todos los conocimientos acumulados se consideran ciertos (verdaderos) en función de los criterios propios de cada época y se acumulan en forma de enunciados descriptivos que, o bien se relacionan con hechos o bien relacionan enunciados entre si.

Mientras que la lista de enunciados cognoscitivos no fue muy grande, la memorización se convirtió en la manera más sencilla de almacenamiento y, además, la forma de acceso a la información concreta era casi instantánea. Esto se observa en lo que se llaman “saberes locales”, en los cuales el almacenamiento memorístico sigue siendo importante, como, por ejemplo, en el del refranero, saber de transmisión oral en el cual, a una situación concreta, se dispara el refrán como un resorte, al que ayuda la rima como regla nemotécnica. El saber universal meteorológico que en sus enunciados utiliza anticiclones, gradientes o frentes es tan informativo y predictivo como el que usan las golondrinas en vuelo rasante, el color de la puesta del sol  o “en Abril, aguas mil”.

El problema del almacenamiento de enunciados surgió cuando su número se incrementó tanto que ninguna memoria humana lo fue capaz de contener, teniendo que inventarse otro tipo de depósitos para que no desapareciese. La solución fue la invención de la escritura con sus soportes: tablillas de barro, papiros, pergaminos, etc., pero, sobre todo, lo fue el salto de la escritura ideográfica a la alfabética en cuanto al principio económico de ahorro de memoria (no hay que memorizar miles de ideogramas como en la lengua china o en la japonesa).

La escritura solucionó el problema de forma momentánea ya que el número de enunciados seguía aumentando de forma exponencial, apareciendo una nueva dificultad: la de acceder de forma rápida a un conocimiento concreto, evitando la revisión exhaustiva de todo el almacén, que resulta muy costosa en tiempo y esfuerzo. En este contexto, se impone como tarea la organización del depósito mediante la clasificación. Así, se afirma en bastante literatura antropológica  que las clasificaciones son las formas más básicas de pensamiento y, en concreto, la clasificación dicotómica (Levi-Strauss) que ya proponía Platón en su dialéctica ascendente y descendente como procedimiento de definición y estructuración de conceptos (ideas) que produce la legendaria definición de ser humano como “bípedo implume”, resultó bastante inútil a la hora de organizar los distintos conocimientos sobre distintos temas.

De todos modos, las clasificaciones siguen siendo necesarias en la actualidad para archivar gran parte de nuestro conocimiento considerando que, desde el punto de vista formal, cualquier clasificación de los elementos de un conjunto bien planteada, debe cumplir tres requisitos:

  1. i.    que todas las clases estén formadas exclusivamente  por elementos del conjunto original;
  2. ii.    que las clases sean disjuntas dos a dos (que no haya ningún elemento clasificado en dos sitios distintos);
  3. iii.    que no quede ningún elemento sin clasificar.

Aunque sigue habiendo discusión sobre las clasificaciones y sus criterios, con la aparición de paradojas como la de Russell, la discusión en tiempos de Platón versaba sobre las mismas cuestiones, es decir, la de buscar un criterio universal de clasificación. En esta búsqueda intervienen otros factores que funcionan cono un caldo de cultivo, como son – entre otros -: el desarrollo de la oratoria, la erística y la retórica en el campo de la democracia asamblearia de Atenas y de la argumentación en el ámbito de la jurisprudencia; se desemboca en la aparición de la Lógica, edificio de construcción aristotélica.

En este sentido, parece ser que en la elaboración de la Lógica de Aristóteles  influyeron de forma decisiva los conocimientos de geometría que ya estaban estructurados en aquel tiempo y de los cuales conocemos su versión más afinada por los Elementos de Geometría de Euclides.

Los enunciados informativos de la geometría eran muchos, pero la misma práctica guiada por el principio de economía del pensamiento indicaba que algunos había que memorizarlos y otros no, ya que podían derivarse de los anteriores. Esto es posible porque los objetos geométricos ni cambian ni se mueven como afirmaba Platón. De este modo fue apareciendo lo que se da en llamar algoritmo lógico, que permite un ahorro colosal de memoria y al que se le añade otra ventaja: un acceso relativamente rápido a cualquier enunciado, dando lugar a la aparición de la primera ciencia o saber teórico de la Historia.

El mecanismo de estructuración, desde el punto de vista actual, es simple y comprensible: si se pretende una clasificación lógica que estructure todos los enunciados { e1, e2, e3,… en } que están previamente establecidos en un campo determinado de conocimiento, lo más útil, en función de los criterios establecidos, consiste en dividirlos en dos clases   y  , de forma que:

a)    Todo enunciado de  se derive de algunos enunciados de  (completitud).

b)    Ningún enunciado de  se derive de los restantes de  (independencia)

En función de este esquema, la ciencia o saber teórico se convierte en una descripción lógica ordenada. En principio, esta estructuración no aumenta el conocimiento, simplemente lo organiza de acuerdo al principio de economía, ya que el  número de enunciados de debe ser muy reducido con respecto a los de . Así, con memorizar los primeros y adiestrarse en la práctica del algoritmo lógico, el acceso a cualquier enunciado de los segundos es rápido y no supone mucho esfuerzo. A los enunciados de la primera clase se los llamó axiomas, postulados o principios, que son términos prácticamente equivalentes: de lo que se parte; y a los de la segunda teoremas: que se derivan de los primeros. De esta manera, la Lógica posee reglas automáticas que permiten mantener el proceso de generar nuevos enunciados que se añaden al conjunto , por lo que la ciencia teórica tiende a aumentar el conocimiento; estos nuevos enunciados deben ser comprobados experimentalmente para poder ser incorporados. Esto convierte a la ciencia teórica en una fuente casi inagotable de experimentos, y, cuando algún contraste experimental de enunciados pone en cuestión la teoría, esta posee recursos para solucionarlo; esto consiste, básicamente, en incorporar el enunciado problemático al conjunto  , o si el problema es más grave cambiar la teoría por otra. Pero, siempre, el ser humano intentará abordar el conocimiento desde el punto de vista teórico, ya que este hábito (en el sentido del habitus de Bourdieu)  es mucho más rentable que cualquier otro tipo de almacenamiento de conocimientos.

Este hábito teórico de origen griego posee la característica de contaminar todos los campos del saber, como si fuese un virus. En unos campos ha triunfado totalmente y en otros menos, pero se manifiesta como tendencia, al considerar que dominar un campo del conocimiento consiste en saber los fundamentos (más o menos numerosos) de la disciplina correspondiente y derivar, lógicamente, de ellos todo lo demás .

En el mundo actual podría pensarse que, con la memoria fabulosa de los ordenadores, el almacenamiento teórico ha quedado obsoleto, ya que, con registrar todo nuevo descubrimiento en una base de datos es suficiente; consistiría simplemente en almacenar en distintos discos duros una montonera de datos para que no se perdiesen. Sin embargo, esto no soluciona mucho, pues cuanto más aumentan los datos más difícil es de tratarlos; de acuerdo al Teorema de Cantor, el número de clases de cosas siempre es mayor que el número de cosas, por tanto, si disponemos de n datos, las distintas formas posibles de clasificarlos es 2n, una brutaldad que aumenta exponencialmente. Por otro lado, los ordenadores (o computadoras en general) – sean de la generación que sean- funcionan según el “principio de la congelación de alimentos”: si congelas basura, obtendrás basura descongelada; así, la congelación no añade nada y, consecuentemente, el ordenador no acrecienta nada nuevo a los datos, no produce conocimiento nuevo, cosa que hacen las teorías; las máquinas son capaces de hacer otras muchas cosas y más rápidamente, pero siempre y cuando se le den órdenes desde fuera  por parte de los programadores o usuarios (casi siempre relacionadas con marcos teóricos o intereses humanos).

BIBLIOGRAFÍA

Bourdieu, P. (2007): El sentido práctico. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina

Georgescu-Roegen, N. (1996): La Ley de la Entropía y el proceso económico. Madrid: Fundación Argentaria.

Mosterín, J. (2000): Conceptos y teorías en la ciencia. Madrid: Alianza Editorial.

Serres, M. (1991): Historia de las ciencias. Madrid: Cátedra.

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